Las niñas a las aulas: La educación femenina en los inicios de la República.

Estefanía Gutiérrez Torres, estudiante de Historia, Universidad de Antioquia
Las niñas debían demostrar, a través de certámenes, los conocimientos y las formas de comportamiento e higiene que adquirían en clases, ya que así se justificaban los beneficios de la apertura de escuelas para las mujeres en la República y, por tanto, el saquon barkley beneficio de la enseñanza de virtudes femeninas en la sociedad del momento.
Las niñas, atentas y de buenas maneras, vestidas de blanco, con cinturones celestes y tocado sencillo pero delicioso presentaban en el saloncito las habilidades y saberes, tales como la lectura, la escritura, los catecismos de la moral y la doctrina cristiana, la gramática castellana y francesa, la aritmética, la geografía, el dibujo, la música, la costura, el bordado y las flores de mano. Los espectadores se deleitaban al ver la personificación de la virtud moderna en las alumnas, las cuales recitaban fábulas, resolvían problemas de geografía, pintaban pequeños cuadros, pronunciaban francés y hablaban sobre la filosofía de la religión cristiana. ¡Una verdadera demostración de virtudes exquisitas en la casa de educación de José María Triana en la Bogotá de 1829!

Eustacio Barreto. 1882. Interior de la clase de dibujo en la Universidad Nacional. Grabado
De esta forma, las niñas debían demostrar, a través de certámenes, los conocimientos y las formas de comportamiento e higiene que adquirían en clases, ya que así se justificaban los beneficios de la apertura de escuelas para las mujeres en la República y, por tanto, el beneficio de la enseñanza de virtudes femeninas en la sociedad del momento. Las áreas de aprendizaje adoptaron un carácter variado, como se describe anteriormente, se combinaron materias de primeras letras con las actividades que toda mujer debía ejercer en el hogar. A diferencia del periodo colonial, los establecimientos para niñas no serían solo privados, y las niñas no aprenderían desde la educación doméstica sino en institutos protegidos por el Estado, siendo en la primera mitad del Siglo XIX un programa asumido por los conventos religiosos.
Los conventos jugaron un papel fundamental en los primeros planes de educación femenina, no solo en el periodo colonial en el cual dieron educación a las niñas pertenecientes a familias de alta alcurnia, sino justamente en la República, pues fueron espacios idóneos para brindar una vigilancia moral y católica a las jovencitas de toda la población. Anterior a ello, quien brindaba la educación de primeras de primeras letras debía ser alguien portador de virtud y ejemplo. El caso de la villa del Rosario ejemplifica bien el plan de la educación en la mitad del siglo XVIII. En las ordenanzas de buen gobierno se especificaba, por ejemplo, que los maestros debían elegirse por su conducta más que por su buena forma en letra; es decir, sus saberes, ya que era más fácil suplir la letra que la virtud, lo cual muestra que la moral y el temor de dios fueron elementos fundamentales de la educación en la colonia, consignas que convivieron con los ideales ilustrados en la transición política y educativa en la República.
Desde la perspectiva del imaginario de los próceres de la República, podemos vislumbrar que la educación fue en esencia, el acceso a las luces, a la libertad y a la felicidad, pues por medio de ésta la mujer podía acceder a la ciudadanía y ser útil a la República. Es una lástima pensar que, debido a la falta de fondos y otras consideraciones, no se pudo materializar el objetivo de abrir escuelas femeninas con efectividad en todo el país a principios de siglo, pues a pesar de ser una preocupación constante de los constituyentes en la villa del Rosario de 1821, la falta de recursos hizo que pasara a ser un elemento de segundo orden, en contraste con la educación masculina o superior. Habría que esperar hasta mediados del siglo XIX para que se promoviera más la educación femenina, desde la iniciativa privada.
La educación servía para forjar conocimientos específicos en función de alguna acción social, y, en consecuencia, la instrucción femenina era fundamental para enseñar a las niñas cómo debían ser, sobre qué debían hablar y cómo comportarse en la mesa; en una conversación con la familia o con el esposo que algún día tendrían y al que obedecerían. De esta forma podemos ver por qué se les enseñaban los saberes y habilidades descritas anteriormente, ya que dichos comportamientos se inscribieron dentro de los valores de sociedades que se consideraban civilizadas en el siglo XIX.
Los saberes enseñados respondieron a un modelo social de la mujer. El ideal femenino siempre ha existido según el contexto histórico y los valores predominantes de cada sociedad. Con ocasión del bicentenario de la República, es menester conocer el papel que se esperaba de las mujeres con la educación que se empezó a implementar. La mujer ideal, complaciente, dedicada al hogar y transmisora de valores fue la estampa que acompañó la creación de roles e instituciones en la constitución y debates del congreso de Villa del Rosario de 1821: ¿debía ofrecerse educación a las mujeres? en cuyo caso, ¿qué tipo de saberes debía impartírseles? fueron algunos asuntos que reflexionaron los dirigentes. Por ejemplo, en el acta 93 del congreso se afirmó que “aunque en los principios no podrá proporcionarse a las jóvenes una brillante educación, basta que aprendan por ahora los oficios propios de su sexo y las obligaciones del estado a que les está llamando la naturaleza, mientras que el aura de la libertad fomenta tan útiles establecimientos” definiendo así, el tipo de educación que se dictaría a las niñas en los primeros años de la República.

Esustacio Barreto. Clase nocturna de acuarela en San Bartolomé. 1884. Papel periódico ilustrado
Lo anterior puede ser descrito como un fenómeno de falsa inclusión, ya que la mujer no podía ejercer los derechos propios del ciudadano, participar en la política, ni hacer uso de sus bienes. Además, como ya se ha mencionado, ni siquiera tenía la posibilidad de educarse en lo que no fuera considerado conocimiento propiamente femenino.
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Es evidente que los modelos sociales fueron importados desde la sociedad moderna y burguesa de Europa. ¿Qué rol debía desempeñar una mujer virtuosa? Debía aprender conocimientos básicos que le permitieran administrar el hogar eficientemente, no envolverse en lecturas inadecuadas o de hombres y, por supuesto, servir a la Nación con el llamado de la naturaleza, es decir, la maternidad. Esto cobra sentido si se piensa que, con la apertura del espacio público, la mujer estaría expuesta a las influencias del exterior, o así pensaban quienes debatían sobre la pertinencia de la instrucción femenina. La mujer pasó de la concepción medieval de ser irracional y del enclaustramiento religioso a ser vista como un actor útil para la constitución de la familia y la educación de los niños, y es así como será a lo largo del siglo XIX.
Por supuesto no todas las mujeres se ajustaron al ideal: siempre existieron mujeres fuera del hogar, lidiando con las difíciles situaciones de sostenimiento familiar; artesanas, lavanderas, cocineras, entre otras, que nos muestran un lado femenino mucho más amplio y diverso. En el pensamiento ilustrado, educar a toda la población significaba que todos podían acceder a la libertad; sin embargo, en el caso de la educación pública femenina, la ya mencionada carencia de fondos y las resistencias por parte de algunos padres de familia, obstaculizaron en gran medida dicha ilustración, según informaba José Manuel Restrepo, político e historiador, en los primeros años de la República.
La independencia significó la transformación de muchos aspectos como sociedad, la inclusión legal de nuevos actores sociales y la enseñanza de nuevos valores. Aunque el sentimiento patriótico de las mujeres que participaron en las batallas de independencia dejó una imagen de valentía y templanza, es claro que la figura femenina sufrió un relegamiento al hogar y al ideal mariano a través de la educación y manuales de comportamiento.
Columna publicada inicialmente en: Diario La Opinión
Por: Estefanía Gutiérrez Torres, estudiante de Historia, Universidad de Antioquia.
estefania.gutierrezt@udea.edu.co
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