PRECISIÓN HISTORIOGRÁFICA SOBRE LA INDEPENDENCIA DE PAMPLONA.
La ciudad de Pamplona de Indias conmemora en 2020 sus 210 años de «Jura de Lealtad y Obediencia al Rey»: El mal llamado «Grito de Independencia» del 4 de julio de 1810.
En el año de 1810, la mayoría de las ciudades y villas españolas, tanto el América como en Asia y Europa, suscribieron y promulgaron desde sus cabildos sendas actas de “Jura de Lealtad y Obediencia” a su monarca, el “muy amado y deseado rey Don Fernando VII”, como respuesta a la oprobiosa y ramplona invasión que el “ateo e impío Napoleón” hiciera desde la Francia Revolucionaria a la península Ibérica, con la consecuente usurpación del poder soberano español. Se suscitó y desarrolló un extraordinario movimiento de juntas en todos los reinos, capitanías, gobernaciones, provincias y cabildos que asumieron el poder soberano en nombre de su Rey cautivo, como una agitación política sin precedentes en los gobiernos capitulares de ciudades y villas en el Imperio Español, suscribiendo sendas actas en las cual se expresó con mucho encono, no solo lealtad y amor a su Soberano, sino que se rechazó fehacientemente la Invasión Napoleónica, al tiempo que se juraba defender con la misma vida de ser necesario, “nuestra Santa Religión Católica”, resguardando la autoridad y legítimo poder soberano de Su Majestad” en cautiverio hasta que fuera liberado y viniera a imperar a estas partes”.
El Acta del Cabildo Abierto de la ciudad de Pamplona de Indias, por ejemplo, celebrada el 4 de julio y suscrita el 31 de julio de 1810, dado que para la ocasión no contaban con el formato para hacerlo y debieron esperar una copia del Cabildo de la Villa de San Gil que les sirviera de modelo, en su parte resolutiva central expresa con toda claridad y vehemencia el objeto de dicho evento público: protocolizar la “Jura de Obediencia y Lealtad a su Rey Don Fernando VII y expresar el rechazo del pueblo de Pamplona a la invasión napoleónica a España”.
“…Y habiéndoseles recibido juramento a cada uno de ellos sobre los mismos puntos interesantes que arriba se han expresado y principalmente sobre la conservación de nuestra santa religión, obediencia a nuestro legítimo Monarca el señor don Fernando VII, adhesión a la justa causa de toda la Nación y absoluta independencia de esta parte de las Américas de todo yugo extranjero; todo el público añadió, a presencia de la respetable imagen de nuestro Soberano, el mismo solemne juramento y prestó la más ilimitada subordinación a la Junta que acaba de erigir”.
En aquel extraordinario evento se reivindicó la “soberanía del pueblo” con el propósito de salvaguardar la del amado Monarca, quien se hallaba cautivo en la ciudad francesa de Bayona y su poder soberano le había sido usurpado por Napoleón Bonaparte. El pueblo, que en realidad eran los notables de las ciudades y villas, guardaría con el mayor celo esa soberanía con la esperanza que su Rey volvería a gobernar, una vez fueran expulsados lo odiosos invasores franceses. Y era tal el compromiso y el arrojo con que se expresaron estos sentimientos que se hacían arengas a grandes voces, pues estaban además impulsados por la moral y el deber cristiano de conservar la Santa Fe Católica, el orden, respeto y las buenas costumbres, dado que el liberalismo ateo que impondría el desalmado invasor destruiría lo más sagrado de esta sociedad, como eran su religiosidad y el temor a Dios y a su Soberano. Era un discurso como un sentimiento muy claro frente al hecho, las actas tienen una intencionalidad sumamente clara, NO es de independencia, NO es la separación de estos reinos de la Metrópoli, es todo lo opuesto. Las llamadas actas de independencia de 1810 fueron una expresión de adhesión, cohesión y cierre de filas de todos los notables del Imperio en respaldo y defensa de la legítima soberanía de su Rey, usurpada por unos invasores extranjeros, los franceses, a la Madre Patria. Ese fue el sentimiento y vibrante discurso público de sus protagonistas en aquella coyuntura.
Es posible que duela o incomode un poco romper con la enraizada tradición historiográfica, porque así se ha escrito y repetido por 200 años, pero la verdad es que las generaciones presentes y futuras merecen una narrativa histórica mejor documentada y ante todo mejor interpretada, mejor contada. La historia disciplinar, producto del oficio del historiador, tiene el compromiso epistémico, ético y ciudadano de reconstruir el pasado sin taras ideológicas ni discursos sectarios, patrioteros o grandilocuentes, le apuesta a la historia crítica que anime las juventudes por el gusto del saber y comprender su pasado, como de valorar mejor y positivamente su patrimonio histórico y cultural.
Por: Silvano Pabón Villamizar, Historiador UIS
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