El importante asunto de los bagajes
Esta palabra, de origen castrense, designaba a los equinos o mulares que los alcaldes de los pueblos debían suministrar a los funcionarios públicos en tránsito. En cada pueblo existían cerca de veinte de estos animales a disposición del gobierno. Como no tenían dueño conocido, se les trataba mal.
Los 71 diputados provinciales que finalmente llegaron a la Villa del Rosario de Cúcuta en 1821, para asistir al Congreso constituyente, contaban con recibir allí sus dietas de tres pesos diarios. Al vicepresidente de Cundinamarca le correspondió dar las órdenes para que varias cajas provinciales remitiesen los dineros que completaron esta obligación. Algunos diputados ricos llegaron con sus esclavos de servicio personal y otros llegaron solo con sus personas. Las señoras de la Villa se encargaron de acondicionar las habitaciones para alojar a los diputados y se concertaron para vender las comidas diarias. La sacristía de la iglesia fue acondicionada para las sesiones. Así que solo falta saber cómo fue que se resolvió el asunto de los bagajes, un tema ignorado pero de mucha importancia.
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Esta palabra, de origen castrense, designaba a los equinos o mulares que los alcaldes de los pueblos debían suministrar a los funcionarios públicos en tránsito. En cada pueblo existían cerca de veinte de estos animales a disposición del gobierno. Como no tenían dueño conocido, se les trataba mal. Solo Richard Bache, un oficial estadounidense de caballería, reparó en ellos durante el año 1822: “Todos tienen feas pústulas en el lomo, y en algunos la peladura abarca toda aquella parte donde se asienta la enjalma”. Estos maltratados animales tenían las piernas lisiadas y eran patituertos, con llagas en las piernas. Se les exigía el servicio, hasta que morían en los caminos con la carga en el lomo.
Comprobó este oficial la ventaja de las mulas: “Estos sagaces animales saben perfectamente cómo descender por los caminos, no avanzan más de seis pulgadas a cada paso, y los más persuasivos argumentos del talón o del látigo las dejan imperturbables”. Nunca vio a una mula tambalearse, pues asentaban sus cascos con precisión, avanzando solo cuando estaban convencidas de pisar terreno sólido. Por ello los diputados preferían como bagajes a las mulas de silla en sus recorridos por la cordillera hacia la Villa del Rosario, un asunto de no poca monta, pues de esta seguridad dependió que llegasen sin contratiempo al lugar donde nació constitucionalmente la República de Colombia.